Última excursión en mi época de Erasmus… No nos podíamos ir de Bélgica sin ver su mar. Así que aprovechando un fin de semana de respiro que tuvimos en el mes de exámenes nos escapamos a una de sus famosas ciudades costeras, Oostende.
Desde Gare Central, tomamos un tren con destino Oostende (obvio), el mismo que pasa por Gante y Brujas. Duración del trayecto 1h 30min aproximadamente, y para viajar es válido el ticket GO PASS.
Oostende es conocida por su importante estación balnearia y termal, asi como por su destacado puerto de pesca y punto de partida de los ferrys con destino Inglaterra (Dover).
La ciudad nos recibió con un cielo despejado, precioso para ser 12 de enero. Salimos de la estación de tren y nos topamos con el barco pesquero 0.129 Amandine (www.amandineoostende.be). Caminamos por el paseo, donde encontramos puestos de comida, especialmente de crustáceos. Sopas de pescado, ensaladas combinadas frías o calamares, croquetas y demás rebozados que ya llevaban un tiempo fritos y te lo calientan medio minuto en el microondas. Fuimos tontos y pedimos esto último, 3,00€ por unos malísimos aros de calamar blandengues. Por aquí llegamos al mar. ¡Yo pensaba que playa seria pequeñita, pero me equivocaba!.
Dimos un paseo por el espigón, pues a pesar de estar cerrado y prohibido el paso, todo el mundo se colaba para dar un bonito paseo. Creedme, deberían tenerlo abierto, pues es más peligroso pasar por las rocas cuando está cerrado que cuando no.
Se nos había echado el tiempo encima, asi que decidimos entrar al centro de la ciudad a buscar algún sitio donde comer calentito. A pesar de que cerca de la playa vimos numerosos restaurantes, decidimos tirar para un sitio menos turístico pensando que los precios se abaratarían. Sin querer llegamos a céntrica plaza Wapenplein, presidida por el Feer-en Cultuur Paleis y donde encontramos numerosos restaurantes con productos típicos. Aquí los precios se disparaban, así que paramos a comer en la Brasserie Pistache Pedimos 3 platos de pasta, que fueron bien abundantes. Me quedé con las ganas de una buena sopa de pescado, que me encanta, pero en la braseria no había y no me apetecía tomármela en la calle con el frío que hacía. Tomamos tranquilamente un delicioso postre y café y salimos a disfrutar de la ciudad.
Giramos a la derecha en busca de la calle de tiendas y mientras avanzábamos disfrutando del gentío de una tarde de sábado, llegamos a la Iglesia de San Pedro y San Pablo (Sint-Petrus-en-Pauluskerk). Es la iglesia principal de Oostende de estilo neogótico. Una vez aquí decidimos volver al paseo y retroceder, pues pensamos que había una parte de la ciudad que no habíamos llegado a ver.
Caminamos por el Paseo Albert I Promenade,, que transcurre por el dique construido después de la II Guerra Mundial, donde están ubicados los principales hoteles y los edificios más importantes. Pudimos ver el Kursaal – Casino (www.kursaaloostende.be), reabierto en 2005 totalmente renovado y convertido en un moderno Centro de Congresos. Cuando llegamos a la estatua de Leopoldo II, emplazada bajo unos arcos, giramos y salimos del paseo. Aquí mismo está situado el jardín japonés, Japanese Tuin. Por su vulnerabilidad, el periodo de visita es muy corto y permanece cerrado de noviembre a mayo. Desde aquí pusimos rumbo a la estación de tren.
Caminamos por la Avenida Alfons-Pieters-Laan hasta llegar al Zeilschip Mercator (www.zeilschip-mercator.be), un velero que se utilizó como nave escuela y para misiones científicas hasta 1960. Actualmente transformado en museo.- y llegamos a la estación.
La verdad que la ciudad me sorprendió.
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Sin duda es una ciudad balneario espectacular.